Los comportamientos adictivos suponen un camino de opciones y van armando un estilo de vida alrededor de los mismos. Muchas veces queremos ayudar a alguien con estos problemas. Pero la persona ¿quiere cambiar? ¿Qué quiere cambiar? ¿Quiere dejar el consumo o quiere seguir consumiendo pero sin problemas? ¿Quiere dejar algunas drogas sí, otras no? ¿Quiere no consumir pero seguir en el mismo ambiente que antes? Y así podemos hacer una serie de preguntas respecto a qué quiere cambiar, qué no, y cuándo hacerlo.
Por este motivo, es necesario que a la hora de acercarnos a alguien con alcoholismo o dependencia de drogas, vayamos preguntando sobre los posibles cambios y sobre qué elementos de su vida la persona considera un problema a resolver. No demos por supuesto lo que el otro siente y piensa, preguntemos. Dos autores, Prochaska, Di Clemente y Norcross, elaboraron un modelo que ayuda a identificar las etapas del cambio. Un elemento central del modelo es que la motivación es ambivalente. “Quiero, no quiero”. Inspirados en ese modelo, elaboramos el siguiente esquema que puede servir tanto a la propia persona que está consumiendo, como a su entorno:
FASE 1
a) pre-contemplación: no contempla el cambio.
b) contemplación: empieza a ver que tiene que cambiar. La tarea del acompañante es construir motivación, explorando la ambivalencia y fortaleciendo la automotivación. Acá más que sermonear, hay que preguntar, hacer que la persona se abra, tome distancia de su situación para poder ver las consecuencias de lo que hace y las posibilidades de mejorar. Pero desde su mundo de significados, de lo que tiene sentido para la persona, no solo para el acompañante.
FASE 2
c) preparación: se prepara para el cambio. La tarea del acompañante es fortalecer esos compromisos definiendo junto a la persona, objetivos viables y armando estrategias para lograr esos objetivos.
FASE 3
d) cambio: implementa las estrategias para cambiar el estilo de vida, lo cual implica abandonar el consumo de drogas, entre otras cosas.
e) mantenimiento: consolidar y profundizar los cambios, prevenir recaídas. La tarea del acompañante es apoyar y consolidar el cambio reforzando lo logrado, redefiniendo objetivos. Con este abordaje ganamos un tiempo precioso porque nos ofrece un criterio útil para asignar a una determinada persona a una determinada forma de intervención. No podemos proponer un cambio radical a alguien que ni siquiera piensa que está mal, hay un camino previo a recorrer. Por otro lado, no quedarse con el cliché “hay que esperar a que toque fondo”. No hay fondo, siempre puede ser peor… El fondo es cuando la persona dice “basta” porque no le está encontrando sentido a lo que está haciendo. Y la codependencia de los que acompañamos puede hacer que ese “basta” no se facilite (ver apartado sobre codependencia).